martes, 28 de agosto de 2007

PENTECOSTÉS PARA TODOS

El domingo de Pentecostés fue el día en que los apóstoles ignorantes, cobardes, paralizados por el miedo y pecadores, recibieron el don del Espíritu Santo, que produjo en ellos un cambio total: valientes hasta el martirio, sabios y santos. San Lucas nos lo cuenta en Los Hechos de los Apóstoles de una forma que ha dado pie a poner sobre la cabeza de cada Apóstol una llamita encendida.
San Agustín también tuvo su día de Pentecostés después de su conversión. Y nos lo cuenta de esta forma, que sin duda fue la misma de los Apóstoles: “Vi con los ojos de mi alma, por encima de la capacidad de estos mismos ojos, por encima de mi mente, una luz inconmutable; no esta luz ordinaria y visible a cualquier hombre, por intensa y clara que fuese y que lo llenara todo con su magnitud. Se trataba de una luz completamente distinta. Ni estaba por encima de mi mente, como el aceite sobre el agua o como el cielo sobre la tierra, sino que estaba en lo más alto, ya que ella fue quien me hizo, y yo estaba en lo más bajo, porque fui hecho por ella".
Yo, sin ningún mérito para ello o quizá porque me despegué de todo dinero y de toda escala de categoría e hice mi compromiso de trabajar sólo por el Reino, aunque fallo bastante, pasé por esta misma experiencia en mis años de seminarista, tercero de Teología. Como era ignorante entonces de estos fenómenos divinos no le di más importancia, pero influyó mucho en mi entrega al Reino y sigue influyendo. Desde entonces he sido siempre feliz. No se olvida jamás. Hará cuatro o cinco años que leyendo la descripción de esta misma experiencia personal de un famoso teólogo español de los más renovadores, cuyo nombre se empeña mi mala memoria en no recordar, es cuando se me aclaró el don que había recibido.
Pongo todos estos hechos que conozco en mi pequeña vida de relaciones, para afirmar gozosamente que esta oferta de Pentecostés por parte de Dios sigue abierta. Nadie nos la podemos merecer, pero algo ayudará a la voluntad del Padre una vida despegada de todo lo material y dedicada a trabajar y a luchar por el Reino. Aunque el Señor no depende de nosotros, como sucedió con el feroz perseguidor de los cristianos, Saulo, enriquecido con este don cuando con más furia se solazaba atormentando a los seguidores de Jesús de Nazaret. Nació San Pablo.
Queridos amigos, no os perdáis esta grandiosa oferta que Dios nos hace.
MATÍAS CASTAÑO

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